Jacinto
Jacinto
«Me resulta cómico escribir esto, porque viene a mi mente lo primero que te dije en consulta: “yo no creo en loqueros”…. Cómo nos hemos reído de esa frase. De esta y de otras muchas cosas. Recalco esto porque las risas, el sentido del humor, han supuesto para mí un auténtico “autorescate” cómo tú los llamas. Para un hombre “gris” como yo, la risa no estaba permitida. Todo debía estar perfectamente controlado. Todo debe ser serio y formal. Las emociones estaban hechas para los débiles… qué equivocado estaba y que doloroso fue para mí descubrirlo. Tener tiempo libre me parecía una pérdida de tiempo. Siempre había cosas que adelantar en el trabajo. Hasta que el trabajo me ganó. Mi corazón me dio dos avisos, que yo me resistía con todas mis fuerzas a escuchar hasta que, fue mi hija, quien me dio la “bofetada” más dolorosa y sanadora de mi vida: “papá, mamá nos dejó hace tres años. Me gusta pensar que nos ve desde el cielo. Tú te quedaste, estás aquí, pero hace tiempo que no te siento” Volver a escribir esta frase me ha emocionado. Mi hija, “mi pequeña gran maestra” cómo tú solías llamarla fue el detonante. El impacto que necesitaba para darme cuenta de lo perdido que estaba. Necesitaba ayuda y me resistía a tener que pedirla. Y atreverme, ha sido una de las cosas que más me he valorado. Darme cuenta de lo enfadado que estaba por la pérdida de la mujer que amaba. Enfadado con el mundo entero. Tres años más tarde seguía maldiciendo a los dioses, a los médicos, a la gente…. Aprendí a perdonar, y sobre todo, a perdonarme. Recuperé lo más importante para mí, a mi hija. Entendí que el trabajo es sólo eso, un trabajo que yo había convertido en una huida. Gracias por darme la oportunidad de resumir mi experiencia, espero que pueda servir a otras personas que la lean. Gracias por tu ayuda. Gracias por tu respeto, gracias por respetar mi ritmo y GRACIAS por ayudarme a aprender a quererme y querer de esta manera tan bonita.»
Macarena
«Qué nervios pasé el primer día que fui al gabinete. Lo recuerdo nítidamente. Llorando por el camino, llorando en el ascensor, llorando cuando abriste la puerta, llorando cuando me ofreciste una infusión, llorando cuando me senté frente a ti, llorando sin parar. Recuerdo también tu mirada y tu voz. Te lo he dicho muchas veces. Me fueron calmando. Pacientes y amorosos ambos… No me presionaste. Respetaste mis pausas, mis paradas para tragar nudos. Insististe en que si había algo de lo que no quería hablar que no lo hiciera. En esa primera sesión, pusiste en marcha ese “click” de darme permiso, que tanto trabajamos después. Me diste permiso, para que yo me lo diera al mismo tiempo, de avanzar a trompicones, con lágrimas, paradas….. Ese mismo día (sabes que yo soy mucho de energías) sentí que ese era el sitio en el que debía estar y tú la persona que me acompañase. Cuando después de una hora, en la que iba sintiendo que mi cuero se iba aflojando poco a poco y yo podía ir ordenando mejor mis pensamientos y emociones, me quedé paralizada cuando de mi boca salió esa horrorosa vivencia de abuso cuando fui niña. No me dio tiempo a procesarlo. Lo solté no se ni cómo. No lo había hablado sino con el cura de mi pueblo y tú ya sabes que su respuesta me rompió aún más….. ese día, se quitó un tapón de mi alma. Ese día empecé a situarme como víctima y no como culpable. No hiciste preguntas. Dejaste que hablara lo que quisiera y te lo agradecí. Más adelante, cuando fuimos avanzando y retomamos este tema, entendí que si me hubieras forzado ese primer día, me habría colapsado. No estaba preparada para más. Fui a consulta para tratar otra cosa y salí fortalecida por la riqueza del abordaje terapeútico y todo lo que este me permitió ver.»
Eva
«‘Los psicólogos somos los peores pacientes’ me dijiste entre risas una vez. No entendí muy bien la gracieta. Yo había superado la prueba de acceso para mayores, terminado mi carrera de psicología y quería hacer terapia para profundizar en mi antes de empezar a trabajar con otras personas y me encuentro a una mujer a la que no supe que edad echar, con cara de guasa. Hmmmmmm…. mal comienzo, pensé. Luego me di cuenta que fui un hueso duro de roer, ja ja ja. Te descalifiqué por ser más joven que yo, pensando que tu falta de experiencia en la vida no podría aportarme nada y… toma. ¡Zas! Nos aventuramos en un viaje trepidante. Hicimos un recorrido que me ha servido para tanto… Quisiste compartir conmigo aspectos que para ti son importantes de esta profesión. Me regalaste lo que sabías. Sin soberbia, con amor y respeto. Fuiste muy generosa, entregando lo mejor de ti. Me di cuenta que no soy “Doña perfecta” es más, ni de broma quiero volver a intentar serlo. Que no tengo la verdad absoluta que los demás pueden enseñarme mucho y que estaba llena de rabia y ni me había enterado. Gracias por tu tiempo y dedicación.»